No hay, en efecto, mentira más descarada que la consistente en sostener, aun y sobre todo en presencia de lo irreparable, que la rebelión no sirve de nada. La rebelión se justifica por sí misma, con plena independencia de sus posibilidades de modificar o no la situación de hecho que la determina. Es la chispa en el viento, pero la chispa que busca el polvorín.