jueves, 12 de marzo de 2009

La Izquierda en Latinoamérica
Entrevista a Jeffery R. Webber
Por Antonio Carmona Báez
Traducido por José A. Laguarta Ramírez

Tomada de New Socialist.

En noviembre de 2008, el activista y latinoamericanista canadiense Jeffrey R. Webber ofreció una conferencia en cuatro partes sobre La Izquierda en Latinoamérica, durante el seminario Returns of Marxism, organizado por el Instituto Internacional para la Investigación y Educación, en Amsterdam. Esta entrevista se llevó a cabo en el contexto de ese foro.

ACB: Este próximo 1 de enero marca el quincuagésimo aniversario de la Revolución Cubana. Qué representa la experiencia cubana para ti y cómo encaja esta con el giro hacia la izquierda que se está dando en Latinoamérica hoy.

JRW: Debo comenzar diciendo que no profeso ser experto en la política cubana, pero por supuesto que sé algo sobre la Revolución Cubana. Donde sí puedo responder esta pregunta, es más en respuesta a lo que ha pasado en otros lugares de Latinoamérica y el impacto que ello ha tenido sobre el proceso cubano. A mi entender, más que la tradición revolucionaria cubana influenciar el giro actual hacia la izquierda a partir de fines de los 1990 en Latinoamérica, de hecho ha sido a la inversa, en el sentido de que el auge de la izquierda en otros lugares ha abierto nuevas posibilidades internamente para la Revolución Cubana. Así que Cuba de hecho ha, me parece, tenido la oportunidad de comenzar a aprender de las nuevas tradiciones de la izquierda en otros lugares de Latinoamérica, más que tener un impacto mayor al influenciar las tradiciones en otros lugares del hemisferio.

ACB: ¿Cuáles son estas nuevas tradiciones que ves desarrollándose en Latinoamérica?

JRW: Sugeriría que los 1980 y ‘90 fue un periodo de reestructuración neoliberal en toda la región, que coincidió con la transición del autoritarismo en la mayoría de los lugares a una muy restringida democracia electoral; que de hecho no era democracia alguna para la vasta mayoría de la clase trabajadora y el campesinado. Así que los ‘80 y ‘90 fue un periodo de retirada de la izquierda y avance de la derecha y del imperialismo en la región. Para finales de los 1990, sin embargo, vemos el principio de una crisis ideológica – y en algunos casos económica – del modelo neoliberal, comenzando con los efectos a largo plazo de la crisis financiera asiática de 1997, que se expandió a Rusia en 1998, y entró al contexto latinoamericano con la crisis financiera de Brasil en 1998, y luego Argentina con la masiva crisis financiera del 2001 y la subsiguiente insolvencia – la mayor en la historia latinoamericana.

Lo que vemos al final de los ’90, entonces, es esta especie de decadencia estructural del modelo neoliberal y la emergencia de una serie de movimientos de izquierda. En el terreno electoral, por supuesto, el comienzo de esto llega en el 1998 y la elección de Hugo Chávez, seguida de la elección de gobiernos de centro-izquierda – al menos así se describen a sí mismos – en una serie de países: Brasil bajo Lula, Argentina bajo Kirchner y luego su esposa Cristina Fernández, muy recientemente. Luego tenemos a Michelle Bachelet en Chile, Tabaré Vázquez en Uruguay. El año pasado, Fernando Lugo en Paraguay, Mauricio Funes debe ganar la próxima elección en El Salvador, Rafael Correa en Ecuador y, por supuesto, Evo Morales en Bolivia, entre otros. El punto aquí es que ha habido un reajuste electoral en la política de izquierda o centro-izquierda.

Aún más importante, sin embargo, y menos discutida, ha sido la explosión de los movimientos populares de masas, del campesinado y partes del proletariado formal e informal en los centros urbanos de varios países, de manera que en Ecuador, Bolivia y Argentina, vimos movilizaciones masivas a comienzos de los 2000 que llevaron al derrocamiento de varios jefes de estado. Estas fueron expresiones anti-neoliberales de poder popular desde abajo. Y este poder popular desde abajo es la verdadera izquierda, creo, de la cual el proceso cubano tiene una oportunidad para aprender, en el sentido de que lo que está pasando en otros lugares del continente no es sencillamente un intento por rehacer la Revolución Cubana; por el contrario, es un intento de hacer algo bastante nuevo y es mucho más una política de socialismo desde abajo, basada en la auto-emancipación de la clase trabajadora y el campesinado.

ACB: ¿Cree que los procesos de transformación social en Bolivia y Ecuador son extensiones de la Revolución Bolivariana?

JRW: Los procesos de Ecuador y Bolivia – creo que hoy podemos hablar de un gran proceso desdoblándose de forma desigual en partes de Latinoamérica y el Caribe, y las posibilidades futuras de cada caso son contingentes de lo que ocurra en los demás. A la misma vez, hay muchas particularidades domésticas de cada país y cada formación social. Para contestar la pregunta, plantearía que más que los desarrollos bolivarianos en Venezuela ser el comienzo de este proceso, de hecho fue en Bolivia, donde ocurrió la Guerra del Agua de Cochabamba en el 2000, que realmente se sacudieron los cimientos de la legitimidad neoliberal. Me refiero al levantamiento popular contra la privatización del agua, bajo el liderato de Oscar Olivera de la Federación de Trabajadores Fabriles. Y a partir de entonces tuvimos un ciclo de cinco años de insurrección indígena de izquierda que llevaron al derrocamiento de dos presidentes neoliberales: Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y Carlos Mesa en 2005 durante la llamada “Guerra del Gas”. Estas fueron las mayores movilizaciones extra-parlamentarias en el hemisferio occidental durante los primeros cinco años de ésta década. Así que a mi parecer, ahí es donde todo esto comenzó.

En términos electorales, por supuesto, la victoria de Hugo Chávez en 1998 fue una fecha importante. Más importante, sin embargo, ha sido la subsiguiente radicalización contradictoria y parcial del proyecto bolivariano, con la auto-organización de las clases populares en respuesta al intento de golpe de estado de abril de 2002, y en respuesta al paro patronal petrolero de 2002-2003 y subsiguientes movilizaciones. En estos episodios es que verdaderamente vemos la movilización desde abajo en Venezuela. Pero me parece a mí que fue bastante tarde en el proceso y ocurrió un tiempo después de la elección inicial de Hugo Chávez, esta participación desde abajo, en lugar de precederla. La excepción es el Caracazo, las rebeliones urbanas contra el neoliberalismo en 1989. Pero eso fue un evento algo aislado, y de hecho Chávez fue electo en 1998 no por la fuerza de la izquierda revolucionaria y los movimientos populares en esa coyuntura, sino más bien por su debilidad. No había izquierda revolucionaria y por eso Hugo Chávez fue la alternativa. No debemos olvidar que en 1998, este era un reformista moderado.

ACB: Así que, ¿qué vislumbras en Ecuador?

JRW: En Ecuador vemos un proceso muy contradictorio, donde tuvimos grandes movilizaciones lideradas por los indígenas a principios de los 2000 y de hecho desde 1990, que llevaron al derrocamiento de varios gobiernos. Muchas de estas organizaciones, la principal federación indígena, CONAIE, de hecho, fueron afectadas por su asociación con Gutiérrez cuando llegó al poder. Les pareció en aquel entonces un hombre de izquierda, y se alinearon rápidamente con el proceso que el iniciaba. Gutiérrez, sin embargo, se movió rápidamente hacia la derecha.

De manera que hoy, las organizaciones indígenas y muchos de los movimientos populares exhiben un escepticismo mucho más saludable hacia la nueva presidencia de Rafael Correa y precisamente lo que representa. Por un lado, hay algún potencial en este proceso Constituyente que acaba de terminar. Por el otro, aun vemos una gran expansión de actividades capitalistas e imperialistas de explotación minera, impulsadas por capitales extranjeros – y el capital minero canadiense no es el menor entre ellos – y actividades petroleras a escalas similares a la época anterior a la subida de Correa al poder; y vemos la represión periódica de activistas indígenas y ambientales que legítimamente protestan contra esta expansión capitalista, y así sucesivamente. Hace sólo una semana, en este contexto, fuimos testigos de expresiones cada vez más independientes del gobierno de Rafael Correa, por diversas organizaciones de izquierda, indígenas-populares y urbano-rurales.

Así que creo que hay una verdadera historia, al igual que en Bolivia, de la entremezcla entre las luchas de liberación indígena y la lucha de clases, y una posibilidad real de construir sobre ello a través de la organización popular. Pero esta transformación, hasta donde pueda ocurrir en Ecuador, depende como en otros casos, no de lo que Rafael Correa pueda representar como persona, sino de la fuerza de la auto-organización y capacidades de movilización de las clases populares y las naciones indígenas oprimidas.

ACB: ¿Por qué crees que Evo Morales es tan cauteloso al enfrentar a las fuerzas derechistas, apoyadas por los EE.UU., de la Media Luna?

JRW: Es una pregunta muy importante. Porque creo que se ha malentendido bastante tanto lo que la extrema derecha del llano oriental/Media Luna representa históricamente y hoy. Argumentaría que en el punto más intenso de la lucha indígena de izquierda entre 2000 y 2005 fueron las “Guerras del Gas” en octubre de 2003 y mayo-junio de 2005.

El partido de Morales, el MAS, jugó un papel muy marginal en estas rebeliones, de hecho; siguieron a las rebeliones, más que dirigirlas. Y el papel del partido en 2003 fue conducir una situación pre-revolucionaria hacia una salida constitucional, en alianza con Carlos Mesa, quien había sido Vice-Presidente bajo Gonzalo Sánchez de Lozada – siendo Sánchez de Lozada y sus secuaces los responsables de al menos 67 muertes en las masacres racistas y anti-indígenas de finales de septiembre y principios de octubre de 2003, ambas en el altiplano occidental y en las ciudades colindantes de El Alto y La Paz.

Y lo mismo ocurrió en mayo-junio de 2005, esencialmente, con el MAS jugando un papel moderador en medio de una ebullición de rebelión radical anti-capitalista y de liberación indígena. Cuando en diciembre de 2005 transcurrieron las elecciones, ningún otro partido representaba – ni siquiera remotamente – a las clases populares que lideraron estas rebeliones de octubre de 2003 y mayo-junio de 2005. Así que la gente votó masivamente por Evo Morales, en gran parte porque fue el primer candidato indígena con la oportunidad de ganar la presidencia en toda la historia de un país gobernado por un apartheid racial informal desde su independencia formal en 1825 – y por supuesto, caracterizado anteriormente por relaciones raciales coloniales brutales.

De manera que la elección de Evo Morales en diciembre de 2005 es un acontecimiento mayor en términos de la democratización de las relaciones raciales, pero para nosotros en la izquierda revolucionaria, la mayoría de quienes seguimos a Bolivia de cerca, habían muy pocas ilusiones en cuanto a que el gobierno de Morales pudiera ser un gobierno revolucionario en aquel entonces. No fue sorpresa, entonces, que este entrara en negociaciones con la extrema derecha en lugar de permitir la continuación de esta movilización popular. Por ejemplo, se rehusó a apoyar la expropiación de los grandes latifundios en el llano oriental a través de su ocupación directa por los campesinos, y así sucesivamente, las cuales estaban ocurriendo. De hecho, el MAS llamó a las organizaciones campesinas radicales, como el MST y otras inspiradas por el movimiento de los trabajadores sin tierra de Brasil – Morales llamó a estos movimientos a desmovilizarse.

El gobierno tampoco nacionalizó la industria del gas en mayo de 2006 – a pesar de los pronunciamientos oficiales al contrario – porque el gobierno consistentemente sobreestimó la fuerza de la derecha en estas coyunturas. En realidad, las fuerzas políticas de derecha estaban en su punto político e ideológico más bajo, la menor fuerza histórica en 20 años. Esta era la oportunidad, el momento, para actuar de forma radical, apoyando la movilización estratégica desde abajo de la mayoría indígena campesina y proletaria – de empujar hacia una auténtica liberación indígena y transformación socialista, entendida como transición – obviamente no de la noche a la mañana – hacia una economía donde la propiedad privada sea abolida a paso firme y puesta bajo control comunal, donde los trabajadores y comunidades democráticamente controlen sus talleres, vecindarios y territorios indígenas tradicionales, donde sean abolidos los mercados y donde haya coordinación social y democrática de todo el proceso económico, social y político.

En lugar de esto, el gobierno decidió negociar con la derecha beligerante. Y al hacerlo, sólo llegó a proponer modestas reformas al neoliberalismo, en lugar de usurpar el poder de la elite económica – basada principalmente en los sectores agro-industriales, financieros y petroleros de los departamentos del llano oriental: Santa Cruz, Beni, Pando, Tarjia. En lugar de usurpar su capital, su poderío económico, Morales se enfrascó en modestas reformas y negociaciones.

De esta forma, aunque la capacidad política de esta extrema derecha era muy baja en 2003 y 2005, desde entonces ha tenido la oportunidad de rearticular un nuevo proyecto derechista por una autonomía de derechas, que es virulentamente racista y mucho más fuerte hoy que hace tan sólo tres años, cuando Evo Morales resultó electo. Y me parece que el gobierno del MAS carga con un parte substancial de la responsabilidad por este proceso.

Hoy, sin embargo, la pregunta clave es hasta qué punto pueden las movilizaciones populares a la vez confrontar y defender al gobierno de Morales en todo momento contra el esfuerzo imperialista de los EE.UU., que apoya a la elite del llano oriental, confrontar todas y cada una de las medidas contra-revolucionarias promovidas por la elite autonomista del llano oriental, y a la misma vez mantener su independencia del gobierno del MAS y buscar a través de movilizaciones estratégicas empujar al gobierno mucho más allá de las medidas reformistas que en la actualidad está considerando, a través de – por ejemplo, una verdadera nacionalización de los recursos naturales, redistribución radical de las tenencias de tierra masivamente concentradas, y la nacionalización real y afirmación del control obrero sobre los sectores estratégicos de la economía.

ACB: El pasado octubre vimos un preocupante conflicto social en los llanos orientales (Media Luna) de Bolivia, y el auge de fuerzas racistas de derecha. ¿Habrías abogado por una intervención militar fuerte en esa región por el gobierno MAS-Morales?

JRW: Comencemos por contextualizar el más reciente estallido de actividades fascistoides en los departamentos de Santa Cruz, y de manera más brutal, Pando.

A principios de agosto, Bolivia tuvo un referéndum revocatorio para ocho de nueve prefectos departamentales, o gobernadores estatales, así como un referéndum revocatorio simultáneo en el que el Vice-Presidente García Linera y el Presidente Morales enfrentaron la posibilidad de perder sus trabajos. En ese evento, García Linera y Morales consiguieron el 68 por ciento del voto popular a nivel nacional, aunque a la derecha le fue mucho mejor a nivel departamental, asegurando cinco de los nueve departamentos del país.

El mes subsiguiente al referéndum, las fuerzas autonomistas de Santa Cruz, Pando, Beni, Tarija – y cada vez más en el valle central urbano del departamento de Chuquisaca – escalaron su campaña de desestabilización contra el gobierno central. Agredieron brutalmente a vendedores ambulantes indígenas y activistas pacíficos en el centro de la ciudad de Santa Cruz, con palos y otras armas. Estas sangrientas imágenes, acompañadas del veneno racista de la derecha, pueden ser vistas y escuchadas a través de You Tube.

A finales de agosto y principios de septiembre, entonces, las fuerzas autonomistas obstruyeron carreteras, ocuparon depósitos de gas natural y centros de distribución, asaltaron cuarteles policiacos, quemaron los medios de comunicación del estado, ocuparon oficinas públicas, ocuparon y cerraron varios aeropuertos, y así sucesivamente.

En este contexto, la amplia mayoría de las organizaciones radicales de campesinos y trabajadores –incluso, de hecho, ONGs moderadas y centristas – llamaron al gobierno a imponer el orden democrático contra este vigilantismo político proto-fascista. Yo añadí mi voz desde el exterior en solidaridad con su llamado a sitiar a los agitadores de extrema derecha que seguramente iban a matar gente pronto, y que ya habían dejado a muchos, muchos heridos – algunos de gravedad.

A largo plazo, la transformación revolucionaria no puede depender del aparato coercitivo del estado capitalista para asegurar la seguridad popular y soberanía democrática. Deberá haber consejos armados de la mayoría trabajadora y campesina – y abrumadoramente indígena. Pero en esta coyuntura particular, un estado de sitio era la mejor opción ante la violencia racializada y desmedida contra las clases populares. Las principales organizaciones populares clamaban por ello.

El porqué es evidente. El 11 de septiembre de 2008, la predecible violencia se desató en el departamento de Pando. Campesinos indígenas habían salido marchando desde la comunidad de El Porvenir para participar de un encuentro político pro-gobierno en la capital departamental de Cobija. En el camino fueron interceptados y ametrallados por fuerzas paramilitares, algunas usando vehículos marcados con insignias departamentales oficiales. Al menos 15 campesinos murieron, sobre 30 resultaron heridos, y el último informe que leí – preparado por la principal organización de derechos humanos en Bolivia – sugiere que al menos 100 continúan desaparecidos. En otras palabras, una masacre peor que la cometida por Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003. La situación no se resolvió hasta que el gobierno de Morales tardíamente declaró el estado de sitio y apresó al derechista prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, quien ahora espera juicio en La Paz, ciudad capital de Bolivia.

Leer la entrevista original, en inglés


José A. Laguarta Ramírez es miembro de la Junta Editora de la Revista Apuesta.

Antonio Carmona Báez es co-director ejecutivo del Instituto Internacional para la Investigación y Educación, y Representante Internacional de la Revista Apuesta. Es autor de State Resistance to Globalisation in Cuba.