viernes, 27 de marzo de 2009


Imagen cortesía de steveaudio.blogspot.com

De la guerra, la muerte y la locura

Por Gazir Sued

Publicado en El Nuevo Día, viernes 20 de marzo de 2009.

En este mes de marzo la invasión a Irak llevará seis años, seis fatídicos años y la vergüenza de saber que a la guerra nunca la soportó un solo argumento razonable a su favor. El lugar de la victoria y la paz prometida lo ocupa hoy, como ayer, infinidad de horrores y desgracias, juradas para el porvenir como secuelas de una misma guerra, inconclusa e inconcluíble a la vez. Aunque desde los inicios de la ocupación militar la humanidad ha sido testigo de sus atrocidades y las protestas se han hecho sentir en todos los recovecos del mundo, la guerra no se detuvo. Ni las movilizaciones populares a escala planetaria han sido suficientes, ni el actual cambio de gobierno basta para detenerla definitivamente.

Si bien la ética informativa de la prensa logró superar los esfuerzos de manipulación mediática y censura de los partidarios de la guerra, y las imágenes de cuerpos destrozados contrastaron desde el principio las retóricas de los políticos bélicos y de los beneficiados económicamente de la guerra, al parecer no ha sido suficiente en la conciencia de la gente. Las imágenes de sufrimiento y miseria, las estelas de muertos y el caudal de heridos no conmueven más allá del sentimiento de una pena fugaz, de una lástima pasajera. Nuestra cultura tiene remedios para sus tristezas, por eso pone sus sueños y consuelos en los escaparates de las tiendas; y los malos sueños, esos los resuelve en las iglesias, en las barras o al precio de las farmacéuticas.

Pero la guerra trae a casa sus consecuencias nefastas, y quizá no es el terrorismo el enemigo que más deberíamos temer. Los fantasmas de los cien mil civiles muertos en la guerra regresan atados con cadenas invisibles a la conciencia de los soldados. Los cerca de cinco mil compañeros muertos, y los miles de heridos hincan esas cadenas aún más profundamente en sus cerebros. Quizá, por la crueldad y lo absurdo de la guerra, sea en la locura donde los muertos reclaman su venganza. Más de 300,000 soldados que regresaron de Irak y de Afganistán han sido diagnosticados con problemas de salud mental. Entre los desórdenes reportados destacan el estrés postraumático, la depresión, traumas y lesiones cerebrales severas. Los diagnósticos clínicos se convierten en estigmas que revierten contra la salud mental del soldado o veterano, que por temor al estigma prefiere ignorar su condición o negarla. Saben, además, que para el ejército las heridas del alma no cualifican para honores y reconocimientos. Los médicos militares, en lugar de atenderlos con tratamientos apropiados, recetan drogas adictivas como Prozac y Zoloft, para enseguida devolverlos a la guerra. Los costos del tratamiento psiquiátrico son más elevados que el costo de la guerra misma. La guerra es una fábrica de demencias, un negocio lucrativo para psiquiatras y farmacéuticas.

Entre los agravantes que afectan psicológicamente a los soldados a su regreso se destacan la infidelidad, el divorcio, los problemas económicos, la inestabilidad laboral, la violencia doméstica, las pesadillas, el insomnio, la depresión, la ansiedad, los ataque de cólera y la agresividad, el abuso de sustancias adictivas, drogas ilegales o medicadas y alcohol. Una característica de los antidepresivos, por ejemplo, es que tiene un efecto secundario: pensamientos suicidas. En 2008 se reportaron más de 130 suicidios. En 2007, 115. A fines de enero de este año se reportaron oficialmente veinticuatro, más suicidios que muertes en zona de combate. Los oficiales militares no tienen idea de por qué. Y todavía nuestras escuelas y universidades permiten el reclutamiento de jóvenes…

Gazir Sued es Doctor en Filosofía y Profesor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.