viernes, 3 de octubre de 2008

El Nuevo Día, Perspectiva, p. 59
viernes 3 de octubre de 2008





El fin del mundo
Ana Lydia Vega

La verdad es que, últimamente, está la catástrofe choreta. Las hay para todos los gustos: naturales, económicas, sociales... Tantas, tan seguidas y tan cerca que cualquiera se escama. A saber si tenían razón aquellos vaticinios truculentos de Nostradamus. Parecería que los Cuatro Jinetes bíblicos se han puesto de acuerdo para meterle caña, todos juntos, a la arrogancia de la humanidad.

¡Y aquí que creíamos tener inmunidad vitalicia contra la desgracia universal! Ya podían hundirse en el mar los siete continentes, y nosotros como si nada. Sí, hombre, hasta casi el otro día vivíamos plenamente convencidos de la puertorriqueñidad de Dios. Por algo se desviaron este año tres huracanes corridos hacia otras vecindades menos bendecidas. Antes de que nos partiera por el medio una mísera onda tropical... El favoritismo divino bastaba para explicar el milagro de nuestra sobrevivencia hasta que empezó a esgolizarse, allá en Los Niuyores, el dichoso Dow Jones. ¡Quién hubiera dicho que un nombre tan pedestre tendría el poder de sembrar el terror en los tiernos corazoncitos amalgamados del capital global! Lo cierto es que la crisis bancaria americana, fruto de la orgía hipotecaria que desposeyó a los pobres y mortificó a los ricos, sacudió las zapatas de la seguridad.

El Armagedón monetario de Wall Street ha producido una especie de fin del mundo artificial. Claro está, del mundo que hemos conocido a lo largo del siglo veinte: el de la supremacía militar y financiera de los Estados Unidos; el mismo que comenzó a tambalearse apenas un año después de inaugurado el milenio. Con el doble golpe a las Torres Gemelas y el Pentágono, quedó en veremos el mito de su invulnerabilidad.

Hace tres o cuatro décadas, el optimismo disidente pronosticaba en Puerto Rico un eventual "resquebra jamiento del andamiaje colonial". La historia, irónica y traviesa, nos tenía en reserva tamaña sorpresa: el desconchuflamiento del engranaje imperial.

Se viró la tortilla, sentencian hoy en onda justiciera los que han vivido y padecido la gula expansionista del Tío Sam.

La virazón de la tortilla ha producido escenas nunca antes vistas en los medios. Dedíquense a resolver sus propios líos y dejen en paz a los demás, recomendó sonriente el presidente iraní a los americanos durante su reciente visita a los estudios de CNN. Elegante y taimado, el ministro chino se limitó a ofrecer más megapréstamos, cuestión de repararle el crédito dañado a su actual cliente y antiguo rival.

Chantajeado por los grandes intereses, abacorado por las protestas ciudadanas, Washington da bandazos locos al filo de unas elecciones complicadas. Ninguno de los dos partidos oficiales quiere cargar con el muerto. El desplome capitalista requeriría remedios radicales. Cosas oiredes, Sancho: ¡de socialistas tildan algunos los planes para tirarles el salvavidas a los acaudalados! Peor que el de la bolsa ha resultado el descalabro de las certezas heredadas por generaciones de puertorriqueños.

¿Finiquitada la cornucopia gringa? ¿Embrollados hasta la coronilla los "amos benévolos"? El desamparo alimenta la ansiedad. "¿Qué será de Borinquen, mi Dios querido?": Rafael Hernández hace un inesperado "co -me -back". Crecen y se multiplican como cone- jos los rumores: que cierran las ATH, que suspenden las pensiones, que congelan los fondos del PAN... Cautelosa, la banca criolla alega solvencia en vano intento por distanciarse de la hecatombe internacional. El común de los mortales -aquellos que sienten amenazadas las magras economías de toda una vida de trabajo- entra en alerta escarlata. Ya hay quien recicla el viejo método de los abuelos: el colchón para atacuñar el billetal.

Entre el temor y la temeridad se mece la desesperación boricua. De repente, recobran vigencia dos consignas ancestrales: "la última cuenta la paga el diablo" y "nadie me quita lo bailao".

Tregua decretada por un gobierno a la caza de votos, los días sin IVU desatan una verdadera juerga consumista. En un adelanto sin precedentes del derroche navideño, la adicción a la deuda se impone sobre la prudencia. El plasma asciende al rango de necesidad.

Y así, la hipnosis colonialista y el sueño anexionista se estrellan en pareja contra las emergentes realidades de una metrópoli quebrada. La válvula de escape migratoria ya no promete soluciones fáciles. Además del bolsillo, tendremos que empezar a rascarnos la cabeza.

El fin del mundo es otro cuento de camino. La agenda humana está siempre por fijar. Habría que convertir este apocalipsis de ilusiones en un génesis de posibilidades.